viernes, 11 de enero de 2008

ACERCA DE LAS LECTURAS ARTÍSTICAS Y SU INFLUENCIA EN LA OBRA DE UN ESCRITOR (*)

Si partimos de lecturas artísticas como lectura de obras de arte literario, estaríamos hablando de leer el discurso de la escritura producto de la imaginación, es decir: LITERATURA Parece trivial afirmar que todo escritor es un voraz lector y que de sedimentos de esas lecturas, así como de “raspaduras de su propia existencia” como dice Yourcenar, se nutrirá su producción, ya que el lector antecede al escritor, o más bien, el escritor se va construyendo desde y con el lector, y con la vida, como para reforzar lo que dice Borges cuando expresa que todos estamos escribiendo siempre el mismo, unívoco, infinito libro.Si me remito al caso que mejor conozco, el mío propio, puedo decir que todo consiste en contar historias, y que los sedimentos de antiguas lecturas, aparecen como aires fugaces en las historias contadas, de modo tal, que Uno, y sobre todo el Otro, no hace más que buscar las “influencias” en tal o cual párrafo, recurso, clima y hasta en la forma del relato producido.El género dramático no escapa a esta hipótesis, dado que no deja de ser más que otro modo de contar, modo enriquecido por la corporización de los personajes en un espacio escénico que convierte al texto en un “hecho teatral”.El dramaturgo, sin embargo, no se ha nutrido desde sus comienzos como lector con textos dramáticos, ya que el acceso a este género demanda un recorrido que pareciera tener un origen en “ser teatrista” primero, para después devenir en autor de textos dramáticos. Ahora bien, este “ser teatrista”, antes, ha sido un lector de historias, de poesía, que es a mi subjetiva opinión el acceso más alto a la lectura, y posteriormente, de textos dramáticos en su formación teatral o en su acercamiento al mundo del teatro o en su formación académica si se dedica al estudio de las letras. Vuelvo al caso más conocido y puedo verme leyendo historias “desde mis más verdes años”, novelas no siempre adecuadas a mi edad, como se ha recomendado siempre y con lo que no acuerdo, ya que cualquier obra literaria deja un rastro en el lector, lo conmociona en algún lugar aunque tenga que saltarse páginas que no entienda del todo por estar, tal vez como dicen los entendidos, leyendo un texto “ no adecuado para su edad”, pero que , no obstante, al final de la experiencia de la lectura de la obra, siente que ha sido transitado porvivencias de personajes con los que se ha identificado en mayor o menor medida, siente que ha viajado por paisajes desconocidos, siente que quiere tener más información sobre tal o cual tema, época o lugar, siente que ha participado de la aventura del ahondamiento en el alma humana…¿A qué más?Así digo que luego de innumerables experiencias lectoras en novela, cuento, poesía y hasta ensayo, accedí a la historia del teatro a partir de mi formación actoral en la Escuela Nacional de Arte Dramático y pude meterme de lleno en los clásicos griegos, lo que me llevó en forma simultánea al estudio de los mitos sobre los cuales se basa el Drama Griego. Detengámonos un momento en lo que afirma Enrique Anderson Imbert en el prólogo de su riquísima obra LOS PRIMEROS CUENTOS DEL MUNDO, Editorial Marymar, Buenos Aires, 1977, primera edición: (CITO) “Los antiguos no tuvieron términos fijos para sus narraciones. En Grecia, pongamos por caso, las llamaban “logos”, “mitos”, “apólogos”, “drama”, “aínos”, “diéresis” o “plasma” (en castellano, hoy, decimos “cuento”, pero desde la Edad Media veníamos vacilando entre los términos “ejemplo”, “fábula”, “apólogo”, “proverbio”, “castigo”, “hazaña”, “conseja”, “balada”, “historieta”, “leyenda”, “novela”, etc.) (…) “De una tradición transmitida de boca en boca emergió lo que arbitrariamente estoy llamando “cuento”: o sea, breves unidades de acción contadas por un narrador. Durante algún tiempo esta materia narrativa, aunque escrita, mantuvo sus características orales. Los poemas épicos de Homero, pongamos por caso, revelan las fórmulas de un cantor que está recordando e improvisando su canción - es decir recreándola - ante un público vivo” (…) “¿Es una irreverencia tratar los mitos como si fueran cuentos? Cuestión de fe. Unos creyeron que las acciones de dioses, semidioses y héroes divinizados simbolizaban fuerzas cósmicas y que esos símbolos, metafísicos y eternos, explicaban los remotos orígenes de las cosas inmediatas; otros descreyeron de esas explicaciones y las consideraron como ocurrencias imaginativas” (…) ”Mi actitud es la de un lector de cuentos, y al leer mitos me figuro – arbitrariamente, lo sé – que quienes los escribieron se interesaban como yo en un folklore de acontecimientos divertidos” (FIN DE LA CITA)Termino - y me excuso por la extensión de la cita – acordando con Imbert que esta actitud de un lector de historias es la que me llevó del Drama Griego con Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes a la Comedia Isabelina, esencialmente con Shakespeare y de allí a la Triada Nórdica, básicamente con Ibsen y Strindberg y posteriormente, a los autores europeos, Chejov, Pirandello, Wittlinger, Sartre, Brecht, Lorca, americanos como Williams, y rioplatenses del tenor de Discépolo, Viale, Gorostiza, Gambaro, Schumazer, Monti, Kartún, al mismo tiempo que las otras lecturas sobre mi propia existencia y las historias de vida del Otro, en un recorrido que sin duda me fue marcando hasta llegar a mi propia producción dramática.Por ello no creo casual que mi obra teatral más conocida “La Yegua Blanca” se abra como una comedia isabelina, sostenga un personaje clásico como la Nodriza emparentada sin duda con el mismo personaje que aparece en Medea, por citar un caso, y se cierre en un final de tragedia donde el coro que han formado los vecinos, desaparezca para dejar su lugar a los espectadores que comentan a la salida de una sala provinciana, lo que acaban de presenciar. Claro que a todo esto lo puedo decir ahora, imposible detectarlo en el fragor de la batalla de la escritura, la reescritura y la puesta de la obra, fundamentalmente - y en esto creo que consiste el mérito de la pieza - por estar sustentada en un relato legendario y en el antiguo mito del Lobizón en variante femenina.¿Cuántas lecturas influenciaron este y otros textos dramáticos de mi producción?Me atrevo a decir que todas las lecturas, no solamente las del recorrido incompleto y al vuelo de la memoria que acabo de enumerar en mi formación, porque insisto con Imbert, todo proviene de la actitud de lector y – agrego de mi propia cosecha - todo deviene de la actitud de contar historias.Algunos críticos amigos sostienen que soy un dramaturgo que a veces escribe cuentos o novelas y de vez en cuando se transmuta en poeta, si bien cada faceta enriquece a las otras, aclaran. En verdad me parece un juicio interesante aunque inmerecido, porque me creo mejor un contador de historias que a veces no encuentra la lógica encausada en un género, y tal vez por esas resonancias de inconmensurables lecturas artísticas a lo largo de la vida, y de la vida misma, escribe lo que puede y como puede para sobrevivir al fuego de la creación que, por muy modestas flamas que posea, quema por salir de su impronta dionisíaca y convertirse, más o menos discretamente, en impronta apolínea.

Daniel González Rebolledo - Entre Ríos - Argentina

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*Nota del autor: La ponencia fue leída en el Panel de Lecturas Artísticas y se encuentra exenta de una reescritura del pasaje oral al escrito.

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