viernes, 11 de enero de 2008

Digo:

Quedan dos grandes vertientes testimoniales en la poesía.
La urbana y la paisajista.
En una el hombre está solo con lo que construyó, sabe que podría destruirlo, pero no está seguro de quererlo o, tal vez, de proponérselo.
En la otra el hombre no puede destruir lo que recibe. El paisaje lo supera. Se incluye, habla y piensa. En ese orden, que la poesía subvierte.
El verdadero refugio de la poesía urbana esta en el sonido.
Poesía urbana que no suena se extingue.
El cemento es, por construcción, sordo.
Propongo:
La balada urbana, refugio de la poesía que sobrevivirá.-
En mi país qué tristeza, la pobreza y el rencor.
Llora el indio su pena y dolor, que es manantial de luz, mojando el Antigal.
A qué le llaman distancia los que no saben amar, sólo están lejos las cosas que no sabemos mirar.
Solía escribir con su dedo grande en el aire:¡¡ vivan los compañeros!!; Pedro Rojas.
Ponme a la grupa contigo y llévame a ser, contigo, pastor.
Que siempre se dice adiós...y una sola vez se muere.
Quien sabe Alicia, este país, no estuvo hecho para ti.
A pesar de tanta melancolía, tanta pena, tanta herida...solo se trata de vivir.
Cuando todo duerma, te robaré un color.
La imagen de tu amor y mi esperanza
Que de un viento errante somos ventarrón.
Y esas ganas, tremendas, de llorar, que a veces nos invaden sin razón.
Soy una astilla de tierra, que vuelve, hacia su antigua raíz.
Náufragos del mundo que han perdido el corazón.
A brillar, mi amor, vamos a brillar, mi amor.
Cuando en la dentadura sientas un arma
Entro en los algodones, como en las azucenas
Que tu corazón su casa, se equivocaba
Mi infancia son recuerdos de un patio
Sentir que es un soplo la vida
El paisaje por mi sangre crece, en mi boca herida cantará.
Cuando estoy triste lijo mi cajita de música; no lo hago para nadie,
solo porque me gusta
Un sueño breve y antiguo como el tiempo,
que los espejos no pueden retratar.
En ésa esquina vos ya estás,
toda de tristeza hasta los pies.
Muerto de ser, harto de andar,
pero sigo creciendo en el sol: ¡¡ vivo !!!
El arrullo de la sierra me complace mas que el mar
Píntale de amor la boca
y en ésa guitarra toca tu son.
Esa nube no paró.
Somos un punto, un punto de luz.
Nada como el tiempo para pasar.
Un amigo nuevo no es lo mismo, pepe, nos quiere por la mitad.
Siempre el coraje es mejor, la esperanza nunca es vana.
El tiempo solo es tardanza.
Brasita negra que lustra la oscuridad.
Rumor de lejanías.
Voy a vivir otra vez,
porque ha salido el sol.
La clave:nada posterior a 1990 apareció citado en los textos mencionados.
Toda poesía, fundamental, es tomada, en algún momento, por la interpretación popular y transmitida en canciones.
José Martí, Blas de Otero, Neruda, Vallejos, Borges, Alberti, León Felipe, Gabriel Celaya, los Goytisolo, Walsh, Tejada, Dávalos, El otro Dávalos ( “me entristece pensar que me pueda morir en alguna primavera, viendo tanto verdor entregarse a la luz, y a la emoción eterna”). También los lectores de Artaud, como Spineta, los oidores de tangos, como Lito Nebbia, los lectores directos y dilectos de Darío, como Tuñón, Manzi, Jose Rodríguez y Catulo Castillo, el tormento de los Discépolo, tan hermanos de Pirandello. José Pedroni, Julio Migno, Héctor Negro.
No se escucha tema musical, con saldo positivo, con persistencia en el recuerdo, donde no esté la poesía puesta al punto de la rima, de la métrica, casi siempre, pero siempre a favor de un testimonio del hombre
Qué hombre...?
El que en la ciudad se desencuentra.
El que en la ciudad añora el paisaje abierto y sabe que jamás.
El que la ciudad tiene devorado, consumido, aplastado y que se redime en la canción:
--“aunque me de la espalda de cemento, me mire pasar indiferente, es esta mi ciudad, esta es mi gente y es el lugar donde a morir me siento”...--
Hay, tiene que estar, cada sitio de encuentro de poetas tiene ese sueño, hoy tiene que estar aquí ésa ensoñación. Aquí el sedimento de donde surgirá el mañana en canciones que cuenten el hoy, el sin embargo, el todavía, la vida en poesía, la poesía con su mas claro sujeto: testimonios. La poesía es testimonio sin transacción.
Tiene que estar ese sedimento, esa ensoñación, en estos días, en el Tucumán.
Por ese sueño somos poetas.
Sin embargo un tajo ha dividido todo lo mencionado, lo citado, lo amorosamente indicado como acumulación de voces con sonido propio. El tajo está en la pérdida del libro, del testimonio, de la audición y la copia.
Desde 1975 al 1983, como antes del 1966 al 1973, se silenciaron las voces, los copistas, los viejos trovadores que—como antes en la lengua de Oc que citan las palabras cruzadas-- iban de pueblo en pueblo, contando endechas. Los mataron, los enmiedaron, los desaparecieron. Desaparecieron y se llevaron la canción testimonial. Nadie se hizo cargo del silencio y se volvió tontería, risa barata, mucosidad sobre el tronco del duraznero. No savia, no néctar. Ruido para llenar la sinmemoria.
No se puede creer lo que no se sabe ni se ha contado. Los que nacieron al sonido, en esos años oyeron ruidos.
Los que nacieron a la palabra no encontraron signos, apenas referencias. Doble en la esquina, hable despacio, piense poco, gire a la derecha, cuidado con los trenes, no escupa en el suelo, haga caso a los chistidos. Eso cuentan, eso cantan, en eso creen.
Nadie lee los ruidos y por eso está vacío—en las canciones—el sitio del poema.
Esta vez no fue una conjura de las internacionales de la música, como sobre 1960, con el Club del Clan y su ataque al tango y el folk ; esta vez no fue por plata, fue un temor de vida. Un aviso de muerte. El aviso alcanzaba para muchos, que se callaron, a otros hubo que matarlos. “Suena la sirena, de vuelta al trabajo...” así nombro a Víctor Jara
Me ilusiono:
No se hasta que punto el tajo ha llegado al hueso y partido la ilusión. No lo se.
Mi esperanza es que de cada cien, de cada mil poemas que aparezcan en estos días uno, uno en mil sea una canción posible para mañana.
Una canción que cuente, testimonie, de fe de la esperanza. Esperanza que a todos nos visita. Es la poesía, es la palabra la que deja, cada día, inaugurado el programa del mundo. Así lo entendimos. Simplemente nos distrajimos.
“ ¿Como fue que no lo vimos, qué estrella estábamos mirando...?”
Deben imaginarse, ya, que no creo en la poesía escondida en los sótanos, la poesía para el misterio, sino la que se sube al misterio, lo hace público, desparrama un misterio poético para todos. Cuando el mundo pide luz no sirve la poesía que goza de su hermetismo y lejanía y, como decía Aimée Cesaire: “es la poesía el punto mas alto, incandescente, de toda revolución”
En lo urbano encontrar la flor sería una propuesta.
En lo socialmente injusto encontrar la canción, la propuesta, el testimonio.
Ni siquiera una exasperada protesta, un aullido, un viento de eternidad. Mucho menos.
Al menos el compañero de un silbido, terco, que debe aparecer otra vez, como el tarareo por cualquier vereda, ya desaparecidos los dos. Esta missing el alma ilusionada.
No hay, en estos días terribles, vergüenza en los hombres nuevos para negarse a una canción, un silbido, un tarareo. Si no lo hacen, si no silban ni tararean una coplilla popular que perdurará no es vergüenza o timidez, es sordera y ausencia de propuesta. ¿Qué silbar, qué tararear...? La fonética de coca cola apenas refresca mejor.
Es allí, en la balada urbana, en el testimonio del que debe, de todos modos, componer el día, donde la poesía tendrá, como antes, que incidir.
Es el último refugio de la palabra propia, la que nos dieran, la que—si no aprendemos a entregarla--nos arrebatarán de la peor manera: Callados, en silencio.
Hay ladrones de palabras. Se sabe hace mucho tiempo, “los ladrones usan gorra gris, saben silbar y bajarse de los trenes en movimiento...” Estos, los ladrones de la palabra, son infinitamente peores a los amorosos ladrones que describía Tuñón.
Cuando se bajen de nuestro tren se llevarán el testimonio. Quisiera que no lo hubiesen hecho, no para siempre. La poesía tendrá un timbrado como en las viejas cartas: “domicilio desconocido”, “no dan razón en la cuadra”.
No podremos culpar a nadie de la muerte. Estaremos callados, viendo la última telenovela, con los derechos autorizados desde la capital del imperio y la lágrima presta. Una música incidental avisará si es la hora de comer...o no.
A nuestro lado los hijos preguntarán el porqué.
No daremos razón, no tendremos domicilio conocido, porque habremos perdido el mejor sitio, el alma popular. Habremos perdido la balada, habremos dejado que se la lleve el olvido a la poesía, que es lo mismo—decir poesía-- que decir la verdadera patria de la palabra.

Raúl Acosta - Rosario - Santa Fe - Argentina

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